Eduardo Calleri: ejemplo de humanismo y elevada profesionalidad. Por Saúl Piña

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En estos tiempos de revaloración del sistema de salud, es oportuno recordar un médico excepcional, que reunió dos condiciones que hacen grande a los seres humanos: capacidad profesional y calidad de ser humano. Hacemos referencia al doctor Eduardo Calleri Garmendia quien nació en la ciudad de Fray Bentos el 21 de mayo de 1901.

Se etapa escolar la cursó en la escuela de los obreros del frigorífico “Anglo”, donde su padre trabajaba. Desde niño tenía como meta ser médico y la influencia del doctor del pueblo Ángel Cuervo, motivó concretar su ingreso a los 18 años en la Facultad de Medicina. Calleri afirmaba que no era inteligente sino que tenía gran memoria.

En el año 1927 obtiene el diploma con excelentes calificaciones, llegando ese mismo año con su madre a nuestra ciudad, ocupando el puesto de médico de policía y posteriormente por invitación del doctor Emilio Penza ingresa en el Hospital, iniciando una actividad brillante en el campo de la cirugía, donde además del conocimiento puso la cuota de humanidad en el tratamiento de los pacientes.

Nunca le importó el dinero, sino el cumplimiento de la sagrada profesión de curar. Según consta en los registros oficiales, en cuarenta años de actividad en el Hospital “Penza”, realizó más de 20 mil intervenciones quirúrgicas, abordando operaciones con total éxito, que hasta el momento se realizaban solo en Montevideo. Introdujo varias técnicas quirúrgicas y con el aporte de un herrero amigo de nuestra ciudad, diseñó varios instrumentos quirúrgicos que facilitaban las intervenciones.

Decía Calleri que:” Caí en Durazno por culpa de Eros”, ya que aquí se casó con María Castillo y fruto del matrimonio nacieron cuatro hijos sumándose uno adoptivo.

Este profesional, promovió una especie de revolución en la operativa interna del Hospital, dando prioridad al trabajo en equipo y no al individual. Se perfeccionó en la transfusión, la anestesia, la asepsia y la técnica quirúrgica. Su prestigio se extendió a buena parte del país, al punto de que su amigo el afamado doctor Pedro Larguero, envió a su hijo a Durazno, para que aprendiera sus técnicas.

Calleri tenía una guardia permanente, asegurándose que nunca rechazaba un llamado, ni tenía en cuenta los feriados o el estado del tiempo. Decía…”sepan que esta labor no es tan ardua ni tan improbable como puede parecer.

Está dentro de la medida del hombre y puede cumplirse bien y hasta con alegría. Procura inesperadas satisfacciones. Suele traernos una honda Paz”. Agregando: “Se me han pasado volando estos 40 años. Entre el Hospital, mi casa y mis libros. Dicho de otro modo, entre mis enfermos, mi familia y mis lecturas ¿cuantas horas llenas de las que no hay tiempo para resolver si somos felices?.

Yo he tomado de la vieja receta: para ser feliz hay que olvidar la búsqueda de la propia felicidad, que llegará, cuando llegue, como un huésped inesperado”.


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