Epidemias y vacunas en el antiguo Durazno. Escribe Oscar Padrón Favre

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La pandemia que sufrimos en sus diversos efectos ha reinstalado sensaciones de fragilidad e incertidumbre frente al presente y el mañana que casi desconocíamos, pero que formaban parte del cotidiano vivir en generaciones anteriores. 

Sufrir la aparición frecuente de epidemias era una situación trágica y cíclica que se repetía varias veces a lo largo de la vida, segando la existencia de seres queridos, incluso, muchas veces, de familias enteras.

En 1835 el Cura Párroco de San Pedro del Durazno, Fray Juan de los Remedios – haciendo honor a su nombre – expresaba su preocupación por la salud de sus feligreses al acusar recibo de las vacunas contra la viruela que había recibido desde Montevideo, diciendo “el facultativo Dn. León Viscarra ya la estaba administrando desde algún tiempo”.

Un año después se desató en la Villa y departamento una fuerte epidemia de Escarlatina -“Escarlatina Anginosa” - que causó la muerte de varios niños. Los registros de defunción son testimonio de la obra de ese mal, que provocaba que el sacerdote, impotente ante las sucesivas muertes, registrara en algunas partidas su dolor: “falleció a la edad de 6 años y 4 meses de la Escarlatina, epidemia actual que hace estragos”, y en otra partida de una niña de 5 años “víctima de la Escarlatina ¡epidemia fatal!”.

En 1868 el Presidente de la Junta Económico Administrativa de  entonces, Félix Zabala, manifestaba: “la necesidad que había como medida precausional el de establecer un Cordón Sanitario a fin de no permitir la llegada de diligencias de puntos infestados donde se halla desarrollado el terrible flagelo del “Cólera” que hace sentir sus mortíferos estragos en la Capital de la República y otros puntos de Campaña”.

Entre las medidas que se tomaron se establecía “que la Cuarentena a las diligencias sea establecida en el Arroyo del Horno, casa del finado Don Miguel Obelar...”; que se dividiera la Villa en sectores y en cada uno de ellos un grupo de vecinos se iba a encargar de la vigilancia epidemiológica; “que en el caso que aparezca el flagelo en la población se designará un local para establecer un refugio provisorio con las camas y útiles que sean necesarios...”.

En 1873 se desató una intensa epidemia de viruela lo que determinó, entre otras medidas, que se decidiera construir un nuevo cementerio pues el existente (cercano a la actual Plaza Artigas) adolecía de muchos problemas de higiene y había sido alcanzado por el crecimiento de la Villa. 

La necrópolis construida fue la que permanece vigente hasta nuestros días. 

También en 1878 regresó la viruela y las autoridades municipales resolvieron tomar las siguientes medidas: “1. Mudar las postas de las Diligencias donde hubiere uno o más enfermos hasta tanto hubiera desaparecido el mal; 2. Aislar los individuos virulentos de toda comunicación de personas que no estén vacunadas; 3. Proceder a la inhumación de los cadáveres una vez la muerte constatada; 4. Obligar a las personas que no estén vacunadas que se sometan a la vacunación y revacunación; 5. La quema completa de ropas y cama de los individuos que hayan fallecido con la viruela; 6. Perfumar las habitaciones de los que hayan fallecido, con cloruro o ácido fénico y Blanquear las habitaciones inmediatamente con cal y una mezcla de ácido fénico”.

Cuando en 1881 la amenaza de la terrible viruela volvió a sentirse, la prensa daba cuenta que “algunas familias han resuelto salir á campaña con el objeto de evitar al terrible flagelo”. Y la Junta Económico Administrativa, ante los casos que se comenzaban a dar del letal mal, dispuso: “1 o. Todos los vecinos de esta Villa, procederán en el término de quince días contados desde la fecha a dejar limpios sus patios y corralones de todas aquellas basuras que puedan ser causa de infección. 2o. En el término de treinta días, contados como se expresa anteriormente, deben hacer blanquear por dentro y por fuera todas las habitaciones. 3o. Los contraventores a esta disposición serán penados por la Junta, con arreglo
a las atribuciones de la misma.”. 

El pintar con cal la totalidad de la vivienda era una obligación anual para los vecinos de la Villa, lo que se consideraba una medida preventiva de enfermedades infecto-contagiosas.

Sucesivas noticias de ese año 1881 dieron cuenta de los efectos que realizaba la viruela entre los vecinos: 
“Viruela- En la calle Maestre Campo, cerca de la quinta del señor Robato, en un ranchito pequeño, ha muerto de viruela una mujer que hace días llegó de esos lados de Canelones; en la misma casa hay una porción de criaturas, de corta edad, en número de cuatro o cinco; y los vecinos inmediatos se hallan alarmados con ese hecho. 

Como esto importa un caso grave para nuestra población, teniéndose en cuenta el excesivo calor que ha reinado en estos últimos días, llamamos muy seriamente la atención de la Comisión de salubridad pública, o de quien corresponda, para que dicte una medida enérgica sobre el particular, y así no tendremos que lamentar el desarrollo de una epidemia como la que nos amenaza.”.

“Enérgica medida. Sobre el caso de viruela de que hablamos en el número anterior la Jefatura Política ha tomado acertadísimas medidas que de todas veras aplaudimos El cadáver de la que falleció de viruela fue inmediatamente envuelto en cal y sepultado con todas las precauciones que requieren estas cosas. Las ropas, cama y demás útiles que sirvieron para la asistencia de la enferma fueron quemadas. De ese modo es como puede evitarse la propagación del mal.”.

En las décadas de 1880 y 1890 fueron reiteradas las epidemias de sarampión, viruela, difteria y cólera. En 1897 la prensa daba cuenta de varios casos de fiebre tifoidea “por los arrabales de la Villa”. También la tuberculosis se extendió de manera creciente y en el siguiente siglo XX realizó grandes estragos que obligó a movilizarse a la sociedad en su combate en acciones que han llegado hasta nuestros días.

Ante la inexistencia de una estructura de salud pública estatal, todos estos flagelos eran enfrentados por las autoridades locales con una fuerte participación de los vecinos organizados y los escasos médicos de la época.

Así, por ejemplo, en 1896 se unieron los galenos Enrique Castells, Emilio Penza Spinelli y Julián P. Blanco para enfrentar la marcha ascendente en el departamento de la “Angina Diftérica”.

Al respecto una crónica periodista expresaba: “Hace cinco o seis años que la Difteria ha plantado sus reales en el departamento del Durazno y cada mes nos lleva al sepulcro un crecido número de víctimas cuya estadística es aterradora.... Sabido es que la difteria hace su presa en el hogar del pobre, donde falta el alimento, el vestido, el médico, la botica, el fuego....”.

En 1897 se daba la siguiente noticia: “Difteria. Desde el domingo se halla atacado de ese terrible mal el soldado del regimiento de Caballería núm. 4. Ramón Martínez; a consecuencia fue alojado en una casa inmediata al cuartel y cerca de casas de familia, colocándose la inevitable chapa amarilla al frente....”.

Las viviendas de los aquejados por la enfermedad eran marcadas con una chapa para prevenir a todos los vecinos que mantuvieran distancia de la misma. La impotencia de una medicina aún poco desarrollada para el combate de estas epidemias provocaba que a finales del siglo XIX todavía se tomaran medidas idénticas a las que se habían utilizado en la Edad Media. 

Sólo el extraordinario desarrollo de la ciencia médica en el pasado siglo XX pudo liberar a nuestros antepasados de la catástrofe cíclica de las epidemias, jugando las sucesivas vacunas creadas un rol fundamental en ese combate.

Los médicos suministraban entonces la vacuna contra la temida viruela en sus propios domicilios, como lo señala este registro de la prensa: “Aviso. El médico de Policía que suscribe avisa al público, que todos los días Jueves y Domingos, de cuatro a seis de la tarde procederá en su casa a la vacunación y revacunación, recomendando a los padres de familia no miren con indiferencia el presente aviso, pues la vacunación es el único preservativo contra la viruela. Durazno, Setiembre 20 de 1881.Dr. Emilio Penza”.

Acompañamos este texto con dos registros de prensa de 1881 y una foto donde se ve, a la izquierda del observador, al Dr. Emilio Penza Spinelli frente a su casa (actual Casa de la Cultura de la ciudad de Durazno) junto a su hija y a su cochero. El primer Dr. Emilio Penza con que contó Durazno fue un inmigrante italiano, de intensa trayectoria en varios planos de la actividad local, que falleció en la Villa, en 1899.

Oscar Padrón Favre

Junto a Ustedes en el Año del BICENTENARIO de la Fundación de la Ciudad de DURAZNO. Adhesión: Durazno Digital - Portal de Noticias.

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