El gran desafío para el 2019. Por Saúl Piña

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El fin de año es por costumbre, época de recapacitar, de hacer balances, de formular análisis; en suma de lo que a cada uno le acontece, y de lo ocurrido durante los trescientos sesenta y cinco días anteriores.

Desde el fondo de la historia nuestra civilización ha fijado tristezas y felicidades colectivas. Se trata de fechas, para los hombres singularmente considerados, como para las comunidades en una posta para el recogimiento y la reflexión, pero sobre todo, para la afirmación, la renovación o el cambio de propósitos y esperanzas.

En la euforia habitual de las celebraciones de la ocasión, hay siempre un momento para la crítica del pasado inmediato, para el recuerdo de aquellos seres queridos que ya no están. También para el vuelo de la imaginación, para los proyectos pero además , para los sueños que en los seres humanos son motivadores de la existencia.

Por eso al concluir el gregoriano 2018, pueblos e individuos hacen estación en el tiempo, se ubican en las coordenadas cartesianas de la existencia y procuraran determinar su situación en el tránsito de la vida. Debemos asumir, que ni los fantásticos logros tecnológicos ni el optimismo filosófico de los académicos, han bastado para cambiar el marco general deprimente, que caracteriza a las noticias que el mundo produce y que son la materia prima de nuestro quehacer como periodistas, pero también del quehacer de todos como ciudadanos.

En el año que nos deja, son varios los países sudamericanos, que no han visto ni siquiera reafirmada en palabras, la búsqueda por sus gobiernos, de camino de encuentro con la paz, la justicia social y la libertad; ingredientes básicos de ese gran valor de los pueblos: la democracia.

En varios países del mundo el hambre y la muerte del terrorismo ideológico causan la destrucción de miles de seres humanos, mientras el presupuesto bélico en países poderosos, crece de manera increíble. Pensamos que en el inicio de cada año--tanto aquí como allá—es tiempo de renovar esperanzas de futuro y de reparar en los errores para poder superarlos.

Con ese espíritu miramos el año que finaliza, que para los uruguayos ha sido de sacrificio y de algunas desilusiones. Hay muchas cosas que aún deseamos para todos y que hemos visto realizado solo para algunos. La satisfacción de los hambrientos de todas las hambres. La superación de los pobres de toda pobreza.

No es propio de seres positivos y leales, buscar siempre en el pasado las causas de los males del presente. Lo correcto de los espíritus fuertes y en función del legado de Artigas, es señalar los males de la hora y enfrentarlos con decisión y optimismo, pensando primero en el país y luego en la “chacrita”. Esa fue la obra de grandes ciudadanos en la mejor historia de este pueblo libre. Es el destino irrenunciable de la patria. Lo siente así la totalidad de sus hijos.

El futuro de un Uruguay mejor es posible y está en nuestras manos .Es una aventura colectiva, que debe ser el gran desafío de todos los orientales, donde nadie puede rehusar su concurso y su esfuerzo honrado y tenaz.

Lo que no pueda yo, lo harás tú y lo que no puedas tu ni yo, los harán seguramente los que vendrán. Debemos recuperar los valores y el amor por nuestros hermanos, aventando las divisiones de clases y los odios.

Tenemos que recuperar la cultura del trabajo, la seguridad, el sentido de fraternidad y la ley impersonal, que haga de todo uruguayo un igual frente a sus semejantes dignificado por los mismos derechos, comprendido por los mismos deberes.

Aspiramos una sociedad que funcione en el marco de la generosa piedad de los fuertes, y sin arrogancia , al servicio de los que más necesitan; buscando el amparo de los débiles ,que fue una de las más humanas constantes de nuestro máximo héroe: José Artigas.

Nos merecemos un país en tolerancia, eliminando los tres grandes males de la humanidad: la mentira, la ignorancia y la ambición. Ese será el gran desafío, para que el Nuevo Año colme las aspiraciones con felicidad y justicia para todos.





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