En el Día de la Familia. Por Saúl Moisés Piña

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En la vida civilizada funcionan muchas instituciones tradicionales, que aportan motivos sentimentales, de esperanza o de poesía.

Una de las más arraigadas en el alma de los pueblos, desde la más remota antigüedad, es la de la familia, fundamento de la organización de la vida en comunidad, senda de elevadas inquietudes sociales y crisol de los valores.

El próximo 25, como lo señala la tradición será el Día de la Familia. Nochebuena y Navidad, significan esencialmente la pausa histórica de la trilla cotidiana, en un mundo cada vez más injusto, conflictivo y violento.

La noche del 24 será una instancia para que el hombre se reúna con los suyos y a través del dialogo, de un abrazo, de una sonrisa, o tal vez de un silencio compartido, pueda recobrar esas vivencias que hacen a su propio tránsito vital.

En realidad todos los días deberían serlo de la familia, pero estas fechas conllevan un profundo significado espiritual, que tienen la virtud de pautar momentos claves al cabo de un año más, con todas las secuelas de logros o frustraciones, de quimeras y esperanzas que todos los humanos tenemos en el tránsito de esta fantástica aventura, que se llama vida. La Navidad es un símbolo: de la comunidad familiar; del prodigio de cada nacimiento; de la universal renovación-

La presente Navidad encuentra a la humanidad en el torbellino de perspectivas bélicas y apetitos ideológicos, cuyos efectos desafían toda imaginación. En este tiempo de reflexión intima, de encuentro con nosotros mismos, es que debemos profundizar en el sentido último de nuestra particular existencia.

Tenemos que comprender que es imperioso atender a nuestros semejantes, con humildad y en permanente actitud solidaria, para encontrar el verdadero camino de la verdad humana. Más allá de alegrías y tristezas personales, debemos tener la capacidad para emprender la lucha más compleja de todo ser humano, que es la confrontación con nosotros mismos, y la construcción de nuestro templo interior, como forma de conocer al otro, compartiendo lo bueno y lo malo, abriendo los caminos correctos para la construcción en el país, de la paz en tolerancia, la justicia en fraternidad y la democracia en igualdad para todos.-

Lamentablemente aún estamos lejos en este Uruguay, para poder aproximarnos globalmente a este estado espiritual que los nuevos tiempos nos marcan.-Estamos padeciendo traumatismos sociales y pérdida de valores que provocan más problemas que la pobreza económica, que, pese a todo, para nada ha disminuido.

En el Día de la Familia debemos dimensionar el valor que tiene para toda sociedad. En el momento del brindis en la noche del 24, una esperanzada marea de ansiedades constructivas crecerá en el interior de cada uno de nosotros, con el firme deseo de dejar atrás el registro de las frustraciones y abrirle un gran espacio, al amor en fraternidad, fijando la mirada con encendida esperanza, hacia la cuna que irradia, en su humildad, un poder que ultrapasa las humanas dimensiones.

¡¡¡¡ FELICES FIESTAS ¡!!!.









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