Rubino: compañero de viaje de las estrellas. Por Saúl Piña

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Decía Renán que: … “Vivir cualquiera vive, pero vivir caminando a flor de tierra, eso no es vivir, eso es vegetar; vivir, es ser compañero de viaje de las estrellas”. 

Eso es una gran realidad y es un pensamiento de profundo contenido el que tiene total vigencia sobre la personalidad de uno de los dilectos hijos de Durazno: el doctor Miguel C. Rubino Píriz, quien nació el 12 de diciembre de 1886, hijo de una modesta familia de inmigrantes italianos.

Su vida fue una extensa cadena de sacrificios, pero como estaba impulsado por esa luz divina que solo los elegidos poseen, pudo superar la pobreza económica potenciando la fuerza del espíritu, para poder concretar las metas de vida que se había propuesto; pero lo que resulta más importante, no pensando en su beneficio personal, sino con la auténtica vocación de servicio hacia la sociedad.

Alternaba sus estudios en la escuela con la venta de verduras en las calles de nuestro pueblo, producto del cotidiano trabajo de sus padres. Una vez en el Liceo, Rubino fue alumno y también profesor, debido a su destacada inteligencia y contracción al estudio.

Superando los escollos económicos logró en el año 1909 su título de Médico Veterinario, regresando a nuestra ciudad, donde se abocó a la investigación, pero también apoyando iniciativas de interés general, colaborando en la fundación de la Sociedad Rural de Durazno, promoviendo con Carlos Reyles la creación de la Liga del Trabajo de Molles y, en el año 1912, fundando con otros dirigentes rurales la Comisión Nacional de Fomento.

En el campo de la investigación tuvo especial destaque, siendo el creador de la Estación Experimental de Epizootia la que se ubicaba en las instalaciones de la Sociedad Rural en Santa Bernardina, existiendo aún el edificio original del laboratorio.

Su labor de investigación se centró en la búsqueda de soluciones para enfermedades tales como la garrapata fiebre aftosa, carbunclo.

En 1926 presentó la primera comunicación sobre una nueva reacción Serológica de la Lepra a la Sociedad de Dermatología y Sifilografía, tanto en Montevideo como en Argentina, estudios que despertaron marcado interés en Europa, donde viajó en 1930, realizando estudios en el Instituto “Pasteur” de París pero también en Alemania, donde demuestra su nivel científico.

De regreso al Uruguay funda en el año 1935 el Laboratorio de la Dirección de Agronomía, que luego se concreta en el Centro de Investigaciones Veterinarias en Pando, del cual es Director, cumpliendo una exitosa tarea, logrando identificar el virus de aftosa, que venía causando estragos en los rodeos del país.

Una crónica de 1917, detalla aspectos no muy conocidos relacionados con la boda de Rubino, el 9 de diciembre de 1917, con la dama duraznense María Elena Píriz. Ese día el Juez de Paz Don. Carmelo Tomeu, procedía a la firma del contrato civil, actuando como testigo, los señores Pascual Rubino, Eduardo Píriz, el Dr. José Etchechury y Don. Antonio Caorsi.

La ceremonia religiosa fue bendecida por Monseñor J. Arrospide, siendo los padrinos Aníbal Píriz y su esposa Victoria García.

Rubino fue un ser muy particular, de espíritu fraterno, tocado de bondad, humildad y de esa plenitud esencial de todos los seres vinculados con la gloria. En tiempos de definiciones estuvo en contra del avasallamiento de las libertades y bien cabe citar las palabras de otro destacado científico Uruguayo como Clemente Estable, quien sobre Rubino dijo: “Generoso en todo, siempre los otros eran primero; el después o nunca Dueño y señor de su modestia, nada ni nadie pudo alterarla”.

En estos tiempos de aparición de fenómenos plenos de luz tan fugaz como su ética y desaparición, mucho bien nos hace, recordar la vida y la obra de ciudadanos como Rubino, con quien Durazno mantiene una deuda: la creación de un Museo en su casa, ubicada en la calle que lleva su nombre. Sería de total justicia.





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