Preservar los viejos principios. Por Saúl Moisés Piña

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Es muy viejo y poco ajustado a las reales conveniencias de la marcha de los grupos humanos, la tesis de que el fin justifica los medios.  

Que un profesional naturalista, para salvarle la vida a una persona en peligro de muerte por desnutrición, le suministre un alimento o medicamento con elementos farmacéuticos, que contraríen la convicción de los vegetarianos, es el camino indicado. Tiene total justificación no obstante sacrificar la opinión o los principios veganos.

Pero que por ideas políticas o ideología se abandone el campo de lo lícito y se incurra en violación de derechos elementales, promoviendo atentados, secuestros y crímenes, no sirve como ejemplo de acierto. La intención de cambiar la sociedad por parte de grupos o solitarios dementes, mediante atentados contra víctimas inocentes, no representa un camino lógico para promover cambios.

En estos días se han producido actos de perfiles terroristas en Brasil, Estados Unidos y Nueva Zelanda, siendo una nueva demostración de la intolerancia, odio y desconocimiento de las normas fundamentales de la convivencia honesta, que la humanidad viene enfrentando.

Pero hay que señalar, que existen varias formas de terrorismo que también azotan muchos países, como la corrupción, la delincuencia, la división de clases sociales y la inseguridad. Son también maneras de afectar toda sociedad, lo que debe ser severamente controlado, con un sistema judicial severo y justo.

Lo correcto entre gente civilizada, es el ajuste de la conducta a las obligaciones que emergen del derecho, libremente pactadas. Para esto se requiere educación adecuada y cultura cívica. Valorar en su total dimensión el pensamiento de estos pagos, poniendo lealtad en las normas que fija la Constitución; franqueza y espíritu de sacrificio, valorando el esfuerzo del trabajo, con el objetivo de que no resulten quebrantados los viejos principios de tradición de los orientales, que enaltece la dignidad de quienes vivimos en esta tierra.

Debemos acentuar el ideario y las letras de los uruguayos, de antes y de ahora, sin exclusiones de corte político. Las sociedades maduras asumen su tradición cultural en todos sus colores, y no tiene sentido filtrar ideológicamente esa tradición y reducirla a unos pocos nombres.

Felizmente en este Uruguay aún quedan reductos ciudadanos que vienen desde muy lejos, que profesan la cultura y el amor a los auténticos valores que marcan la conducta de defensa de esta tierra, para evitar cualquier propósito de revivir lamentables situaciones que ya el país ha experimentado, y de las cuales—lamentablemente—aún estamos padeciendo.

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