Los nuevos desafíos: Por Saúl Piña

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Vivimos en este planeta globalizado tiempos de creciente intolerancia, violencia desmedida, ansias de poder y ausencia de justicia. Es una enorme contradicción que caracteriza a nuestra civilización, ya que es asombroso el gran avance técnico por sus logros y proyectos, mientras que el proceso moral y espiritual parece empantanado y en franco retroceso.


Si tomamos en consideración el nivel de los sabios Helenos, los hechos que hoy pautan la situación en varias zonas del mundo, tenemos que asumir que los principios éticos y morales, de ninguna manera son superiores a los que sostenían Sócrates, Platón y Aristóteles. 

Dicen calificados analistas, que la violencia, la falta de diálogo y de respeto que campea en el mundo, son valores que venimos perdiendo porque hemos convertido todas las relaciones humanas en relaciones de poder. Se promueve por algunas doctrinas en una suerte de trampa discursiva, que los empresarios y patrones en general, son amos y los obreros esclavos. Esta afirmación de denominar a los trabajadores como esclavos, los priva de la dignidad de lo que hacen y cuando se priva a un ser humano de la dignidad de lo que hace, se le deja sin nada y se le descalifica. 

Los empresarios son gente laboriosa, que pone su capital generando trabajo; que tienen que lidiar con los clientes, con los proveedores, con los impuestos, los riesgos de incendio y hurto. 

Se afirma que en el relacionamiento del trabajo todo es poder y prima la opresión y la explotación. Se dice que la influencia del poder, es el motivo de que en los centros educativos registran agresiones de algunos padres. De los Policías, quienes son trabajadores de una fuerza del orden y se les acusa de agresiones y avasallamientos, cuando lo que están cumpliendo es su deber. 

Alentar estas actitudes de hipotético poder en las relaciones sociales y laborales, elimina el diálogo y solo conduce al resentimiento, a la desconfianza, a la sospecha, abriendo las puertas para que ingrese el odio y las grietas entre la gente, fomentando la maldita filosofía de la lucha de clases.

Hoy nos enfrentamos a nuevos desafíos, y la lucha que divide al mundo no pasa ya por las ideas, los lugares geográficos o las economías. Pasa entre el dogmatismo y la libertad, entre el fanatismo y la Democracia.

Precisamente, tenemos que apreciar ese preciado valor que se llama Democracia; que es una inmensa aventura colectiva. La vida individual la hacemos cada uno, con su razón, con su trabajo, su fe, sus virtudes y sus defectos. 

La vida colectiva socialmente organizada civilizadamente en el Estado, la hacemos entre todos, y solo entre todos podremos construirla de modo tal que perdure en los tiempos, más allá de las instancias y de la vida efímera por esencia de los seres humanos.

Tenemos que fomentar el compromiso con el país y el trabajo, la fraternidad y el diálogo franco y respetuoso, como instrumentos para legar a nuestros hijos, un mejor país del que recibimos.

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