Recuerdo para el patriotismo y la libertad. Escribe Saúl Piña

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El 19 del corriente los uruguayos celebraremos el 197º aniversario, de un acontecimiento que constituye uno de los hitos fundamentales del arduo proceso a conquistar la independencia y, por lo tanto la libertad de la República.


En la noche del 19 de abril de 1825, un grupo de treinta y tres patriotas embarcaba el ansia de libertad de todo un pueblo en dos lanchones, cruzando el río Uruguay, desembarcando en el arroyo de las Raíces, distrito de La Agraciada.

Con la óptica de los tiempos, este acontecimiento se agiganta en la perspectiva histórica, transformándose en un rico telón de fondo de la gesta liberadora. Esta misión bajo el comando del Gral. Juan Antonio  Lavalleja, marcó el inicio de una etapa que conjugó el entusiasmo de toda la campaña, que en pocas semanas logró cambiar una situación oprobiosa, reduciendo el poder imperial brasileño a los límites de la ciudad de Montevideo. Al pisar suelo patrio, se despliega la bandera tricolor, con la inmortal leyenda de “Libertad o Muerte”. 

Los hechos históricos deben ser recordados en su total dimensión, siendo en primer lugar el valor a recuperar, algo que parecería va perdiendo fuerza: el patriotismo. El Uruguay tiene el elevado privilegio de no tener que salir a buscar héroes fuera de fronteras. Cuenta con una larga nómina de ilustres orientales, que brindaron bienes, reposo y años de sacrifico, para el logro de ese valioso tesoro que se llama libertad. 

Decía el Dr. José Irureta Goyena: “Un país que corta sus amarras con el pasado, es un país que se muere en cada generación, que empieza y no continúa, que se olvida de lo que iba diciendo, que vive solo en el presente, que es la manera de no haber vivido nunca y de no llegar a vivir jamás. No existe cumbre sin base y la sociedad que desdeña la miríada de puntos de apoyo que representa el pasado, no llega con sus construcciones a las nubes, y si llega, las nubes, rivalizan en solidez con las construcciones”.

El próximo martes 19, será un día de celebración pero también de reflexión. La herencia palpitante del Desembarco de la Agraciada, no debe transformarse en algo integrado definitivamente al pasado, como una mera pieza de museo, mientras haya en esta tierra mujeres y hombres, que sientan la importancia y el orgullo, de acometer la tarea común, con el trabajo silencioso, el compromiso y la defensa de nuestros auténticos valores, ejerciendo la generosidad con nuestros semejantes y el respeto a quienes piensan diferente. Estos son tiempos de construir puentes y eliminar las grietas, aportando tolerancia y fraternidad. 

Es oportuno recordar que aquellos protagonistas de la Cruzada Libertadora, nos dejaron una valiosa herencia: amor a la libertad. Debemos recordar que el pueblo más libre, es aquel que tiene más ciudadanos en situación de vivir independientemente merced a su trabajo y no del asistencialismo, que resta dignidad y promueve el sometimiento.

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